El domingo pasado contemplábamos a un grupo de jóvenes que se quedaban sin entrar en el banquete de bodas, sin pasar al Reino, por haber dejado apagar las lámparas y no tener una reserva de aceite. Aquella parábola terminaba con una invitación: «velad, porque no sabéis el día ni la hora». Y para explicarnos en qué consiste estar despiertos, qué quiere decir tener aceite en las lámparas, Jesús nos cuenta una nueva parábola: los talentos. Hoy, parece, se nos dice que tenemos que trabajar. Pues vaya. Es que salvarse está al alcance de todos, pero hay que poner de nuestra parte. Cada uno, con sus dones, o sea, con sus talentos.
Parece que el señor que se iba de viaje conocía bien a sus empleados. No les da a todos lo mismo, sino que a cada uno le da lo suyo. Cinco, dos y un talento. Según sus capacidades. Una cantidad enorme de dinero, algo así como veinte años de salario, como quizá ya sepamos. Y me parece muy interesante que el dueño no deja ninguna indicación concreta sobre el modo de obrar con esa suma ingente. Parece que, conociendo a los empleados, les da total libertad, tiene plena y absoluta confianza en que lo harán bien, y sabe que son eficientes, operativos, capaces de rendir. Dos de los tres siervos se ponen «en seguida» a negociar, y pronto doblan el capital. El otro, confundiendo quizá la prudencia con la cobardía – qué fina es la línea entre estos dos conceptos – opta por no hacer nada. Es muy «conservador». Y no hace nada malo. Aparentemente. En realidad, no hace nada de nada.
Los dos primeros, trabajadores, ven recompensado sus esfuerzos con un «cargo importante». Y reciben la alabanza de su amo. «Siervo fiel y cumplidor». Es una bonita frase. Ojalá siempre nos la pudieran decir a cada uno (aunque luego haya que decir eso de «siervos inútiles somos, hemos hecho lo que teníamos que hacer», pero eso es ya otra historia).
Peor lo pasa el tercero. El que, en principio, no había hecho nada. Sus propias palabras le delatan. Conoce a su señor, sabe que es muy exigente, y llevado por el miedo, entierra lo recibido. Lo de «empleado negligente y holgazán» ya no suena tan bien. Y lo de ser arrojado fuera, tampoco apetece. Llanto y crujir de dientes no es una buena perspectiva. Por miedoso.
No es difícil traducir la parábola a nuestras propias vidas. A cada uno de nosotros se nos ha confiado una tarea, para que la riqueza del Señor dé mucho fruto. Según el carisma de cada uno, como nos recuerda san Pablo (1 Cor 12, 28-30). Todos tenemos valores, cualidades, talentos mas que suficientes.
Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados. Y aprovechando nuestros talentos.
Pbro. Jorge Antonio Luna
Domingo XXXIII del tiempo Ordinario
19 de noviembre de 2023